domingo, 2 de octubre de 2022

El Hincha

El hincha no es yo, es nosotros. El hincha no dice "hoy juega mi equipo", dice "hoy jugamos".

Todas las semanas abandona su rutina individual para transformarse en un yo plural en un estadio que, más que campo deportivo, es un templo. Un templo de una religión que no acepta desertores. El hincha puede abandonar al amor de su vida, puede dejar de creer en Dios, puede cambiar hasta lo más íntimo de su ser. Pero nunca va a cambiar el amor, la fe y la devoción por su equipo. El hincha es eternamente fiel. El hincha es un fundamentalista que no acepta argumentaciones, porque la razón no importa, importa el sentimiento. No vale la pena intentar explicar la pasión. Porque si no, todos serían hinchas del club que más partidos gana.

El hincha deja de ser yo y se transforma en nosotros mucho antes de llegar al templo. Es tan fuerte la influencia de esa fuerza sobrenatural, que el hincha ya se siente parte muchas cuadras antes de llegar. Tiene todos los elementos necesarios para el ritual: matracas, cohetes, tambores, papel picado, serpentinas. Y los trapos. Y las canciones de la misa. Canciones de fidelidad enterna, de muerte al enemigo, de insultos a la cobardía y la falta de talento del rival. No hay tonos grises. Por más que haya muchos colores en la cancha, todo es blanco o negro. Estamos nosotros y están ellos. Y nosotros somos los mejores. Ellos son tramposos. Ellos compran a los árbitros. Ellos son los cobardes. Los pechofríos. Perdedores aunque ganen.

Para eso está el hincha, para cantarle al mundo esas verdades. Para pegarle a la pelota sólo con las ganas y desviarla unos centímetros para que entre al arco. Cuando el partido termina, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, comenta el partido. "Qué goles les metimos" o "Cómo nos robaron" de acuerdo con el resultado.

Las luces se van apagando y el hincha, lentamente, mientras se aleja del templo, se va diluyendo hasta transformarse, nuevamente en uno, hasta el próximo domingo, donde se volverá a encontrar con ese montón de desconocidos que él sabe, que son sus hermanos.

viernes, 17 de abril de 2015

Ruleta

Viernes. Diecisiete de Abril. Una y cincuenta y dos a eme. Dos mil quince.

Es curioso cómo, siempre cuando sé que tengo que hacer algo, que es inevitable, ineludible e imposible de evitar, en este caso dormir porque tengo que trabajar, mi cuerpo se despierta. La mente se despeja, el cansancio se va. Las ideas y las ganas afloran, las oportunidades emergen, la creatividad, cómplice, le avisa a la memoria que todavía tengo acceso a un Blog. Todos parte de una gran estafa, la ilusión de creer que aún no es tarde, y que todavía hay tiempo.

Sólo dos de todos los partícipes se mantienen al margen del complot, ya que no pueden evitar ser parte de él. Ellos no finjen, ellos no simulan. Mis ojos siguen cansados, rojos, secos. Saben que ya son las dos y un minuto, es tarde, y ya no hay tiempo.
Las dos y dos.
Hay pocos motivos que me llevan a escribir. Se tienen que dar un conjunto de situaciones que no se dan frecuentemente. La tormenta eléctrica de esta noche es una gran motivadora. Pero la parte clave es una, siempre lo fue, y probablemente siempre lo sea.
¿Cómo hacer para volver a apostar? No es fácil. Serían pocos los que no le dijeran que está loco o es un idiota a aquél que juega todas sus fichas al rojo. Y pierde. Dos veces, tres. Consecutivas. Juntas, próximas, rápidas, frescas, latentes. Compulsivas. Despesperadas jugadas. Previsible resultado. Negro el diesiciete. Negro el futuro. Negro el corazón.
¿Pero qué sentido tendría si no fuese así? ¿Cuál sería el significado? La vida sería un absurdo, una pérdida estúpida de tiempo, si no fuese ley que el que no arriesga, no gana. Y el que arriesga puede morir por amor. Justamente eso, es lo fantástico de todo esto.

Claro que voy a apostar mis fichas, siempre al rojo, el de la sangre, el de los sentimientos, la pasión, la energía. No va más.

Dos y trece.



Colorado el siete.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Capital de la provincia nacional

El platense llama micro al colectivo, pollajería al lugar donde venden pollos, dice EL en vez de LA diagonal. Cuando va a Capital dice que va a Buenos Aires y cuando le cuenta a un porteño dónde vive seguramente le pregunte "¿desde allá te venís?".
El platense reconoce su ciudad por el olor a tilo, se acostumbró al verde y al empedrado. La vida del platense gira en torno a la universidad, el empleo público y el fútbol.
Es común para el platense ver chicos con boina haciendo asados en la rambla con sus amigos rockeros tocando temas de los redondos en una guitarra criolla. Juntadas en pensiones, fiestas de estudiantes, recitales miles.
El platense sabe que su ciudad es la cuna del rock y que de 10 amigos 11 son músicos.
El platense juega al fulbito 2-3 veces por semana, entrena al rugby 4 veces y se junta por una birrita unas 8 veces. No sale a 1 boliche: hace previa, 3 bares y 3 recitales por noche.
El platense puede ubicarse donde todos se pierden, está acostumbrado a los números y para él que después de 1 venga 115 es cosa de todos los días. Vivir al lado de un bosque, con una catedral, una república en miniatura, un museo de dinosaurios y muñecos de papel que arden todos los 31 de diciembre es algo normal.
Las radios que se sintonizan son de acá (las otras no llegan) y todavía se leen los diarios locales. Escucha bandas de acá, lee revistas de acá, ve obras de teatro de artistas de acá. Si, todo acá.
Al platense lo ven como alguien raro, por eso los de afuera lo llaman así, porque quiere su lugar como pocos quieren al suyo.
Algunos días se muere de bronca al ver como algunos hijos de puta hacen mierda la ciudad y que muchos lugares dejarán de ser ese recuerdo que tenía de chico. También se pone contento cuando ve que muchas cosas siguen intactas.
Este platense que cada vez que vuelve de un viaje siente que la ciudad lo esperaba y lo extrañaba (o tal vez sea al revés) hoy festeja 132 años. Salud, La Plata.

sábado, 25 de octubre de 2014

Muy grande la cruz, muy chico el honor

Tropezando. Así parece que mi camino voy descubriendo. Es la manera que sin saber, que inconciente o más bien un poco concientemente elijo para crecer. Para aprender. Regada por el lamento y sobre todo por angustia, esta última semana aprendí, más que lo que me enseñarían en veinte escuelas. Aprendí. Desenlace inevitable de una secuencia de errores.
Esta calurosa noche de Octubre me encuentra más maduro, con la mitad de una lágrima en un ojo y la otra en el alma.
Impulsivo, irracional, indeciso, confudido... excusas. Pretextos, intentos fallidos de justificarme. Pareciera que no estoy acostumbrado a ser felíz. A tener un momento de inesperada suerte, de afortunada estabilidad.
Un par de ojos verdes me acariciaban el alma, me daban paz. Como agradecimiento, les quité la alegría, los volví grises. Ya no sonríen. Ya no me sonríen.
Tropiezan las palabras, atolondradadas como mis acciones, descuidadas. Chocan. Mi cabeza no las puede ordenar, no hay pensamiento, frase ingeniosa que solucione la situación. Fugaz como una estrella, la relación se extingue. Y mi pensamiento se nubla. La intriga, mi victimaria desginada.
No quiero creer que ya fue, que ya está. No. No me rindo, y a pesar de que ni palillos por remos me quedan en este bote que se niega naufragar en este espeso mar, de dulce de leche, repostero, de los caseros, el corazón se resiste a abandonar. Un esfuerzo más. Una cicatriz más.
Esta calurosa noche de Octubre me encuentra ansioso. Espero, impaciente, ese mensaje prometido. Se hace rogar. Si aún no estoy dormido es sólo por ese mensaje. Esa oportunidad de escuchar tu voz, una vez más. De que sople una fresca brisa, que entre por las ventanas, cale hondo en mi preocupación, y calme mi ser.
Marlboro se encarga de quitarme un par de años de vida más. Aunque te confieso, no sé qué me va a matar. Si el cigarrillo o la ansiedad.

Por lo pronto, sólo espero. Espero, y a remar una vez más.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Bloqueo del escritor

Miércoles, veintidós de Octubre de dos mil catorce.

El abandono se resiste a dejar el recinto. La desidia lo acompaña. La creatividad y la imaginación empujan con fuerza, pero no alcanza.

Falta alguien más que venga ayudar: la inspiración, brilla por su ausencia.

Hoy siento la necesidad de escribir. Tendré que desempolvar las telerañas virtuales que predominan en este lugar.

Veremos qué sale. O tal vez no.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Long time no see

Qué loco volver a escribir acá. Debe ser como la cuarta vez que "retomo" las actividades en este blog. Lo diferente esta vez es que metí un par de cambios de diseño, un poco para verlo más lindo, un poco para intentar que esta vez "no se corte".

Veremos qué pasa, sólo el tiempo dirá.

sábado, 6 de noviembre de 2010

We found the defendant... guilty

Vos y yo sabemos que no lo vamos a olvidar. Vos y yo sabemos. Lo que hicimos. Lo que le hicimos. A ella, a la causante de que vos estés acá. La que padeció tanto por vos. La que amás, la que queremos creer que amás. Y que anhelás, con tu alma, con tu ser, con lo más profundo de tu corazón, de que ella también lo haga, de que ella olvide. Porque no te voy a dejar a olvidar. No, no podés olvidar. No fue un error, no fue casual, no fue sin querer. No fue una imprudencia. Fue meditado, alevoso, calculado, frío, venenoso, punzante, doloroso. Fue asesino. Porque morir morimos todos. Pero peor es morir en vida, y vos la mataste, le sacaste, le arrancaste una parte vital, dejándola inerte, vacía. No hay vuelta atrás. No hay lamentos. No hay pretexto, excusa, mentira que sane o enmiende el daño. Porque de la muerte no hay vuelta atrás, no hay lamentos. Y es por eso que vas a cargar con el peso de tu acto hasta el fin de tus días. En este mundo y en el otro. No tenés escapatoria. Merecés, es tu obligación padecer. Porque nunca vas a saldar la deuda de dolor. Nunca vas a estar a mano con ella. Le debés la vida, y sin embargo le vaciaste la suya. Por arrogante, por necio, por testarudo, por perverso. Por regocijarte del sufrimiento ajeno. Por sádico. Va más allá de la palabra merecer lo que tengo que hacerte padecer, por muy joven que seas. Porque no pienses que no me dí cuenta que te quisiste excusar en la inmadurez, en la juventud, en el no pensar. Yo, tu fiel compañera, no voy a permitir que me tomes por ingenua. Cargás tu cruz, y la vas a seguir arrastrando, porque yo no te voy a permitir que la dejes a medio camino. No está ni va a estar todo bien. Podrás fingir que no estoy. Podrás pretender, rogar porque me vaya, porque te deje ser, porque te deje en paz. Porque tenga clemencia. Pero vos no la tuviste, y he ahí la cuestión. Pudiste haberte frenado, pudiste haberla dejado ir. Pero tomaste tu decisión, elegiste. Y te marcaste, te tatuaste como ningún tatuaje lo haría en la vida. Me conociste, me abrazaste, nos unimos, te parasité. Unidos, para siempre. Porque lo eterno existe. Y soy yo, la culpa.