viernes, 21 de noviembre de 2014

Capital de la provincia nacional

El platense llama micro al colectivo, pollajería al lugar donde venden pollos, dice EL en vez de LA diagonal. Cuando va a Capital dice que va a Buenos Aires y cuando le cuenta a un porteño dónde vive seguramente le pregunte "¿desde allá te venís?".
El platense reconoce su ciudad por el olor a tilo, se acostumbró al verde y al empedrado. La vida del platense gira en torno a la universidad, el empleo público y el fútbol.
Es común para el platense ver chicos con boina haciendo asados en la rambla con sus amigos rockeros tocando temas de los redondos en una guitarra criolla. Juntadas en pensiones, fiestas de estudiantes, recitales miles.
El platense sabe que su ciudad es la cuna del rock y que de 10 amigos 11 son músicos.
El platense juega al fulbito 2-3 veces por semana, entrena al rugby 4 veces y se junta por una birrita unas 8 veces. No sale a 1 boliche: hace previa, 3 bares y 3 recitales por noche.
El platense puede ubicarse donde todos se pierden, está acostumbrado a los números y para él que después de 1 venga 115 es cosa de todos los días. Vivir al lado de un bosque, con una catedral, una república en miniatura, un museo de dinosaurios y muñecos de papel que arden todos los 31 de diciembre es algo normal.
Las radios que se sintonizan son de acá (las otras no llegan) y todavía se leen los diarios locales. Escucha bandas de acá, lee revistas de acá, ve obras de teatro de artistas de acá. Si, todo acá.
Al platense lo ven como alguien raro, por eso los de afuera lo llaman así, porque quiere su lugar como pocos quieren al suyo.
Algunos días se muere de bronca al ver como algunos hijos de puta hacen mierda la ciudad y que muchos lugares dejarán de ser ese recuerdo que tenía de chico. También se pone contento cuando ve que muchas cosas siguen intactas.
Este platense que cada vez que vuelve de un viaje siente que la ciudad lo esperaba y lo extrañaba (o tal vez sea al revés) hoy festeja 132 años. Salud, La Plata.

sábado, 25 de octubre de 2014

Muy grande la cruz, muy chico el honor

Tropezando. Así parece que mi camino voy descubriendo. Es la manera que sin saber, que inconciente o más bien un poco concientemente elijo para crecer. Para aprender. Regada por el lamento y sobre todo por angustia, esta última semana aprendí, más que lo que me enseñarían en veinte escuelas. Aprendí. Desenlace inevitable de una secuencia de errores.
Esta calurosa noche de Octubre me encuentra más maduro, con la mitad de una lágrima en un ojo y la otra en el alma.
Impulsivo, irracional, indeciso, confudido... excusas. Pretextos, intentos fallidos de justificarme. Pareciera que no estoy acostumbrado a ser felíz. A tener un momento de inesperada suerte, de afortunada estabilidad.
Un par de ojos verdes me acariciaban el alma, me daban paz. Como agradecimiento, les quité la alegría, los volví grises. Ya no sonríen. Ya no me sonríen.
Tropiezan las palabras, atolondradadas como mis acciones, descuidadas. Chocan. Mi cabeza no las puede ordenar, no hay pensamiento, frase ingeniosa que solucione la situación. Fugaz como una estrella, la relación se extingue. Y mi pensamiento se nubla. La intriga, mi victimaria desginada.
No quiero creer que ya fue, que ya está. No. No me rindo, y a pesar de que ni palillos por remos me quedan en este bote que se niega naufragar en este espeso mar, de dulce de leche, repostero, de los caseros, el corazón se resiste a abandonar. Un esfuerzo más. Una cicatriz más.
Esta calurosa noche de Octubre me encuentra ansioso. Espero, impaciente, ese mensaje prometido. Se hace rogar. Si aún no estoy dormido es sólo por ese mensaje. Esa oportunidad de escuchar tu voz, una vez más. De que sople una fresca brisa, que entre por las ventanas, cale hondo en mi preocupación, y calme mi ser.
Marlboro se encarga de quitarme un par de años de vida más. Aunque te confieso, no sé qué me va a matar. Si el cigarrillo o la ansiedad.

Por lo pronto, sólo espero. Espero, y a remar una vez más.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Bloqueo del escritor

Miércoles, veintidós de Octubre de dos mil catorce.

El abandono se resiste a dejar el recinto. La desidia lo acompaña. La creatividad y la imaginación empujan con fuerza, pero no alcanza.

Falta alguien más que venga ayudar: la inspiración, brilla por su ausencia.

Hoy siento la necesidad de escribir. Tendré que desempolvar las telerañas virtuales que predominan en este lugar.

Veremos qué sale. O tal vez no.