El
platense llama micro al colectivo, pollajería al lugar donde venden
pollos, dice EL en vez de LA diagonal. Cuando va a Capital dice que va a
Buenos Aires y cuando le cuenta a un porteño dónde vive seguramente le
pregunte "¿desde allá te venís?".
El platense reconoce su ciudad por
el olor a tilo, se acostumbró al verde y al empedrado. La vida del
platense gira en torno a la universidad, el empleo público y el fútbol.
Es común para el platense ver chicos con boina haciendo asados en la
rambla con sus amigos rockeros tocando temas de los redondos en una
guitarra criolla. Juntadas en pensiones, fiestas de estudiantes,
recitales miles.
El platense sabe que su ciudad es la cuna del rock y que de 10 amigos 11 son músicos.
El platense juega al fulbito 2-3 veces por semana, entrena al rugby 4
veces y se junta por una birrita unas 8 veces. No sale a 1 boliche: hace
previa, 3 bares y 3 recitales por noche.
El platense puede ubicarse
donde todos se pierden, está acostumbrado a los números y para él que
después de 1 venga 115 es cosa de todos los días. Vivir al lado de un
bosque, con una catedral, una república en miniatura, un museo de
dinosaurios y muñecos de papel que arden todos los 31 de diciembre es
algo normal.
Las radios que se sintonizan son de acá (las otras no
llegan) y todavía se leen los diarios locales. Escucha bandas de acá,
lee revistas de acá, ve obras de teatro de artistas de acá. Si, todo
acá.
Al platense lo ven como alguien raro, por eso los de afuera lo llaman así, porque quiere su lugar como pocos quieren al suyo.
Algunos días se muere de bronca al ver como algunos hijos de puta hacen
mierda la ciudad y que muchos lugares dejarán de ser ese recuerdo que
tenía de chico. También se pone contento cuando ve que muchas cosas
siguen intactas.
Este platense que cada vez que vuelve de un viaje
siente que la ciudad lo esperaba y lo extrañaba (o tal vez sea al revés)
hoy festeja 132 años. Salud, La Plata.