viernes, 17 de abril de 2015

Ruleta

Viernes. Diecisiete de Abril. Una y cincuenta y dos a eme. Dos mil quince.

Es curioso cómo, siempre cuando sé que tengo que hacer algo, que es inevitable, ineludible e imposible de evitar, en este caso dormir porque tengo que trabajar, mi cuerpo se despierta. La mente se despeja, el cansancio se va. Las ideas y las ganas afloran, las oportunidades emergen, la creatividad, cómplice, le avisa a la memoria que todavía tengo acceso a un Blog. Todos parte de una gran estafa, la ilusión de creer que aún no es tarde, y que todavía hay tiempo.

Sólo dos de todos los partícipes se mantienen al margen del complot, ya que no pueden evitar ser parte de él. Ellos no finjen, ellos no simulan. Mis ojos siguen cansados, rojos, secos. Saben que ya son las dos y un minuto, es tarde, y ya no hay tiempo.
Las dos y dos.
Hay pocos motivos que me llevan a escribir. Se tienen que dar un conjunto de situaciones que no se dan frecuentemente. La tormenta eléctrica de esta noche es una gran motivadora. Pero la parte clave es una, siempre lo fue, y probablemente siempre lo sea.
¿Cómo hacer para volver a apostar? No es fácil. Serían pocos los que no le dijeran que está loco o es un idiota a aquél que juega todas sus fichas al rojo. Y pierde. Dos veces, tres. Consecutivas. Juntas, próximas, rápidas, frescas, latentes. Compulsivas. Despesperadas jugadas. Previsible resultado. Negro el diesiciete. Negro el futuro. Negro el corazón.
¿Pero qué sentido tendría si no fuese así? ¿Cuál sería el significado? La vida sería un absurdo, una pérdida estúpida de tiempo, si no fuese ley que el que no arriesga, no gana. Y el que arriesga puede morir por amor. Justamente eso, es lo fantástico de todo esto.

Claro que voy a apostar mis fichas, siempre al rojo, el de la sangre, el de los sentimientos, la pasión, la energía. No va más.

Dos y trece.



Colorado el siete.

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