viernes, 30 de abril de 2010

Domingo, cerca de las 4 de la tarde, Capital Federal.
Nunca, en toda mi vida, imaginé tantas y repetidas veces, distintas maneras en las que una persona en particular se muera. Algunas más creativas, otras más sutiles, pero definitivamente mi favorita siempre va a ser una bala cruzando por el medio de la frente, rompiendo hueso a hueso, tejido a tejido, traspasando los innumerables vasos sanguíneos del cerebro. Ese balazo a sangre fría, casi con asco, dejando a la víctima totalmente inerte; cayendo inevitalbmente contra un frío suelo. Lo más curioso, sin embargo, no es que fue una abstracción en general: el fallecido, no era una "persona X", era alguien en particular, alguien definitivamente determinado, elegido con intencionalidad y a propósito.
Por qué tengo esos pensamientos tan oscuros? No sé, quizás lo hago por catársis, para echar un cable a tierra y no explotar en una vorágine inacabable de insultos y agresiones (sobre todo físicas) hacia la mencionada persona.
Por qué tengo esos pensamientos? Porque quizás tenga un profundo anhelo de que algún día, con suerte, alguno de todos esos cientos de métodos sea llevado a cabo, y me sienta, de una vez por todas, felíz.
No puedo evitarlo tampoco, ni aunque quisiese: me irrita demasiado. Cada gesto, cada comentario, cada opinión, cada centímetro de esa falsa máscara que tiene por cara, provoca en mí el mismo efecto que una tomada de pelo, una cargada sin fin, como un hincha de Estudiantes riéndose en mi cara

No hay comentarios: